30 may 2009

LA VUELTA DEL CAÑONERO


(A todos aquellos que se fueron con un bolso cargado de esperanzas y volvieron desesperados en busca de los brazos de su primer amor)

Néstor David “el cañonero” Montoya volvió acabado, derrotado, sin un mango, en pésimo estado y con la mochila cargada de fracasos. De aquel muchacho que había partido hacía ya quince años, no quedaba nada. Sus ilusiones se habían quemado en los mecheros de los bancos a los que pareció atornillado en cuanto club estuvo. De aquel cacique goleador que azotó las áreas de la liga, de aquel temible cañón de su pie derecho, de aquel supuesto pedido de captura a sus botines por ajusticiar arqueros no quedaba nada, solo una sombra, mucho más gorda por cierto.
Lunes tras lunes compré los diarios de capital para ver si decían algo del ídolo del club, de mi ídolo, del tipo que me había dado el último campeonato. Lunes tras lunes y nada, ni dos minutos con el partido liquidado, nada. Cuando se fue, sabíamos que iba a ser difícil, que pelearía el puesto con el nueve de la selección, que en un club grande no juega cualquiera, pero al fin y al cabo fueron ellos lo que se lo llevaron. En el apertura no jugo nunca, creo que ni llegó a concentrarse con el equipo, pero cuando vino en el receso trajo camisetas para los conocidos, autógrafos, de todo. En el clausura lo borraron más todavía, ni en la reserva jugó. Después pasó a préstamo a un equipo de Nicaragua, donde le agarró una peste caribeña y se tuvo que comer como cinco meses en cama. Volvió con las mismas ganas de siempre, peleó el puesto con los grandes y lo volvieron a colgar.
Lunes tras lunes, durante quince años compre los diarios de capital para saber algo de él, lunes tras lunes lloré su ausencia entre los titulares de los cuadros para los que fichó. Para su cuarta temporada pasó al Nacional B, llevado por unos tipos a Chaco For Ever, pero cuando todos pensamos que ese sería su trampolín, su despegue, “el cañonero” se rompió los ligamentos y otra vez parado, a esperar la oportunidad.
Nadie en el pueblo ya se acordaba de él, ni en el club siquiera se lo nombraba, pero yo le debía mucho como para olvidarlo, le debía un campeonato, el único que había vivido, una vuelta olímpica después de veinticinco años, la ultima que se logró.
Los siguientes años deambulo por la B, la C y algunos campeonatos del interior, se supo que tuvo un fugaz paso por Bolivia y nada más. Muy poco para las expectativas que tenían todos en el pueblo, por eso lo olvidaron, lo sepultaron bajo sus derrotas personales, lo hundieron en el mar oscuro en el que navegan aquellos que no son siquiera nombrados por alguien.
Cuando Néstor David “el cañonero” Montoya volvió, lo esperábamos solo cuatro personas, el presidente de la institución, don Nicolás, que como todos los años complicados se había hecho cargo de la dirección técnica, “el loco” Pizzuti, hincha numero uno del club, y yo. Se bajó del R 12 blanco, observó las instalaciones se abrazó con su nuevo D.T. nos miro fijo y dijo –firmemos, tengo hambre, 15 horas le puse con esta batata, no doy mas-
Los días siguientes fueron los mas felices de mi vida, estaba transportado a cuando tenía trece años y Montoya se cansaba de hacer goles, a aquella final en cancha del Deportivo, al cabezazo sobre la hora, la vuelta olímpica, todo era alegria. El equipo estaba afilado, se habían vuelto a juntar goleador y D.T. campeones, la defensa acompañaba, mediocampo combativo y un buen arquero. El pueblo le era indiferente a la llegada del nueve, los nuestros ni lo miraban, no preguntaban ni como estaba, los rivales se reían, decían que estaba gordo, que hacía quince años que no hacia un gol, de todo.
Yo esperaba mucho, demasiado talvez, pero más que por mí por él, porque se lo merecía, yo sabía que el mundo del fútbol se había perdido a un gran goleador, a uno de los mejores que vi, y por eso quería que tenga su revancha.
Como ya dije volvió sin un mango, y los dirigentes le dieron la casita de atrás de la cancha y las inferiores para que las entrene así se ganaba la comida.
Durante la pretemporada no falté a ninguna práctica, seguía cada uno de los movimientos de Montoya como si estuviera hipnotizado. El pobre goleador tenía un estado deplorable, llegaba último en los trotes largos y en los cortos ni siquiera arrancaba. No tenía movilidad, le faltaba reacción, tenía como diez kilos de sobrepeso, pero se esforzaba y mucho, y con eso para mi ya alcanzaba, y creo que para don Nicolás también.
Cuando Néstor David “el cañonero” Montoya pisó la cancha, en las tribunas habíamos unas quince o veinte personas, se plantó en el medio, levantó la cabeza, alzó los brazos mirándonos, y ahí justo ahí, me di cuenta que empezábamos a ganar el campeonato.

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